El PSOE es inigualable reescribiendo la historia para implantar un relato épico de su pasado que camufle sus vergüenzas y legitime sus intenciones: todo el siglo XX es, en el imaginario socialista, una leyenda de contribuciones, sacrificios y logros que se compadecen mal con los hechos pero, a fuer de insistir en la fábula, han logrado convencer a una parte nada desdeñable de la sociedad española.
Sin desmerecer las aportaciones socialistas a la construcción de la democracia desde 1978, tan evidentes como los éxitos iniciales de Felipe González, casi todo lo anterior a esa fecha y lo posterior desde 2004 ha oscilado entre el error, el bochorno, la falsedad, la impostura y el invento para construir una narrativa incompatible con la realidad pero válida a efectos electorales y políticos.
Desde su comportamiento en la convulsa España previa a la Guerra Civil, en la que llegó a apoyar por igual dictaduras como la de Primo Rivera en 1923 que a encabezar golpes de Estado contra la República en 1934, la actitud del PSOE no merece los oropeles que, al calor de la Transición y para hacer tabla rasa, le regaló un indulto total que ha agradecido recreando una memoria colectiva ficticia adaptada a sus intereses y sustentada en la división, el enfrentamiento y la destrucción de la convivencia.
En esa fuente abreva ahora Pedro Sánchez para renovar la apuesta tradicional del PSOE por las trincheras, la amnesia y las leyendas, aplicada a un asunto tan delicado como el terrorismo: no contento el presidente con blanquear a ETA para contentar a Bildu, ahora intenta arrogarse el fin del terrorismo y, a la vez, acusar a la oposición de intentar por todos los medios prolongarlo.
Según la nueva especie, fue el PSOE quien acabó con ETA y es el PP quien quiso, y quiere, mantenerlo vivo por razones espurias. Tan repugnante tesis, dirigida básicamente a adecentar la alianza de Sánchez con Otegi que acabará si nada lo remedia con Bildu gobernando en Navarra y el País Vasco y todos los etarras en la calle viviendo del erario, rompe definitivamente el consenso de la Transición, destruye los necesarios puentes entre los dos grandes partidos y consolida, por si había alguna duda, la apuesta del sanchismo por resucitar a toda costa la España de los dos bandos.
Pero además es mentira. ETA estaba derrotada, como el propio Rubalcaba explicó años después, cuando Aznar dejó paso a Zapatero y éste, ganador de unas elecciones alteradas por el atentado del 11M, emprendió una alocada negociación con el terrorismo que, lejos de buscar su rendición, hubiera logrado la legitimación que ahora, para terminar el trabajo, le ha dado Sánchez.
El último jefe de ETA, David Pla, lo reconoció hace apenas un año en una infame entrevista en TV3, revelando la secuencia de hechos verídicos: tenían un pacto con Zapatero, se celebraron elecciones generales, el PP de Rajoy llegó al poder, la hoja de ruta trazada quedó suspendida y la banda terrorista, asfixiada por el Estado de derecho, renunció a las armas y se disolvió unilateralmente para intentar salvar los pocos muebles que le quedaban.
Con ETA pudieron la Constitución, la Ley de Partidos, la Justicia, los Cuerpos de Seguridad y la sociedad española; sin pagar otro precio que el altísimo coste en vidas, a cambio de las cuales al resto nos salió gratis la rendición incondicional de los terroristas.
Zapatero intentó pagar un precio por algo que no lo tenía y Sánchez ha culminado esa nefanda tarea, muy parecida a la que él mismo ha hecho también con el separatismo catalán: cuando ambos ya estaban vencidos, él salió a reforzarlos y a darles una vida, un cometido y unos recursos que ni tenían ni esperaban.
El PSOE no terminó con ETA, pues. Pero Sánchez sí la ha resucitado.
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