La agente y la medalla de plata de la Policía concedida por la desarticulación del comando Donosti.
Atractiva, con temperamento... y funcionaria de la escala básica de la policía
Su nombre de batalla era Aranzazu y su mérito fue formar parte del comando Donosti de ETA
Ella alertó de que el anunciado parón de atentados de la banda en 1998 era en realidad una tregua trampa. Hoy vive 'retirada' en una embajada.
Su atractivo. Su desparpajo. Su temperamento. Su capacidad de meterse en todos los charcos... Ninguna de estas cualidades pasaron desapercibidas a los ojeadores policiales, que vieron que Aranzazu, veinteañera entonces, podía convertirse en la primera (y única) mujer policía que lograría infiltrarse entre los comandos y convivir con dos liberados, dos asesinos de la organización terrorista. Su información fue clave para desmantelar el comando, detectar objetivos, dar caza a la cantera etarra de aquel momento y descubrir que la tregua de ETA en 1998 sólo era una trampa.
Porque ETA dijo que estaba en tregua y que era indefinida. Y muchos creyeron ver el principio del fin de esa carrera sangrienta del terrorismo en España. Esperaban, confiaban, apostaban a que esta vez era la de verdad. El Gobierno de entonces, el de José María Aznar, hizo gestos, acercó etarras y llegó a sentarse en una mesa con dirigentes etarras para tomar el pulso a ese anuncio.
Una voz resonó con fuerza pero muy en soledad. Era el titular de Interior de entonces, Jaime Mayor Oreja, que habló de «tregua trampa», ante la incomprensión, incluso, de muchos de sus compañeros de partido. Pero él tenía línea directa, información de primera mano. Sabía que ETA estaba rearmándose.
Porque, desde hacía meses, las Fuerzas de Seguridad del Estado, en este caso la Policía Nacional, habían logrado infiltrar en uno de los complejos más cerrados de ETA -el comando Donosti- a esa agente, una policía que vio cómo se estaba aprovechando la tregua para reorganizar unas estructuras etarras muy maltrechas tras las continuas actuaciones de la seguridad del Estado. La agente vivió e informó de cómo se estaba gestando un nuevo comando Donosti con etarras experimentados. Lo supo porque fue ella la que puso el piso que se convirtió en el escondite de un comando que estaba llamado a ser el estilete de ETA tras la ruptura de la tregua. Así lo había diseñado el que en aquellas fechas era el jefe de todos los comandos de ETA, Javier Arizkuren Ruiz, Kantauri.
Raza y temperamento
Aranzazu Berradre, así se conocía a la infiltrada en las filas de ETA, es una funcionaria de la Policía Nacional de la escala básica. Una mujer de temperamento y raza que logró captar la atención de los ojeadores antiterroristas, esos especímenes que se las saben todas de ETA y que buscan perfiles entre sus funcionarios capaces de infiltrarse en los tejidos sociales de la izquierda abertzale y crecer en las estructuras etarras sin desmoronarse. Uno de ellos, un comisario de Información -ya jubilado- estaba convencido de que había que lograr infiltrar mujeres. Y entre sus «aspirantes» vio a Aranzazu. No tuvo que convencerla. Era una convencida. Una mujer con arrojo, una mujer «de una pieza», como la describían los entonces responsables de la seguridad del Estado.
Y la captó. La entrenó. Y la «adoctrinó» sobre lo que era ETA y cómo funcionaban sus miembros y sus simpatizantes. La topo empezó desde abajo. Tuvo que esforzarse para, cuando menos, chapurrear el euskera. Se movió en los entornos de movimientos antisistema y antimilitaristas. Y paso a paso se fue convirtiendo en una habitual del mundo abertzale de San Sebastián y de localidades limítrofes. Su cara pasó a ser familiar para algunos de los que oteaban la cantera radical en San Sebastián a la búsqueda de nuevos fichajes.
Joven pero ya con experiencia policial, no tardó en coger aplomo, solidez y firmeza a la hora de crearse un personaje, de dar muestras de ser una convencida de la causa etarra. Su «hoja de servicios» fue ganando méritos en un corto espacio de tiempo. La falsa Aranzazu Berradre frecuentaba la sede de Herri Batasuna del Casco Viejo donostiarra.
Y así le llegó el ansiado «toque». Cuando finalizaba su jornada laboral, en un negocio regentado por simpatizantes de ETA, un captador se le acercó y le dio un corto pero intenso mensaje: lugar y hora. Debía acudir todos los días hasta que alguien le contactara. Y allí fue un día, y otro y otro. No pasaron muchos cuando el pez picó por fin el anzuelo. Quien contactó con ella fue Kepa Etxebarria, un liberado de ETA. Directo y al grano. Necesitaba piso para esconderse y coche y chófer para moverse con seguridad.
Aranzazu dijo sí a todo. Abrió la puerta de su casa y la convirtió en el piso franco del comando etarra. Una casa sembrada de micros y controlada en tiempo real desde un piso cercano que ocupaban dos policías encargados de las escuchas. Los servicios antiterroristas se mostraron eufóricos. La infiltrada logró convertir su piso de la calle Urbieta, en San Sebastián, en una fuente inagotable de información sobre el comando Donosti.
La vivienda se preparó a conciencia. Decenas de micrófonos invisibles para recoger todo lo hablado, todo lo vivido. Logró que las andanzas del llamado a ser el comando líder tras la ruptura de la tregua fueran escuchadas en directo por la Policía. Pero, además, tenía una línea de actuación muy directa y personal con el comisario que la captó, un comisario que, en cuanto su aprendiz fue captada, montó un despliegue de seguridad en el que participaron una decena de agentes con un único objetivo: blindar a la infiltrada.
Una gran actriz
Desde ese momento el control fue férreo. El equipo policial vigilaba para que nada le ocurriese. Pero Aranzazu cumplía con creces su papel, era una gran artista. A veces, hasta sus observadores policiales se mostraban sorprendidos de su capacidad interpretativa, había logrado parecer más etarra que los propios etarras. Etxebarria se desplazaba por la comunidad reclutando nuevos etarras, gente sin antecedentes y difícilmente localizables. Hacía de chófer. Así, la Policía obtuvo casi íntegra la lista de la cantera de ETA en Guipúzcoa. El liberado le contó que la tregua era una «trampa» y que tenía como finalidad la reorganización de las estructuras terroristas. Y así lo trasladó Aranzazu. Y si había dudas, quedaron resueltas cuando al piso franco llegó otro inquilino, el sanguinario Sergio Polo, otro liberado de ETA que ya contaba con un duro historial a sus espaldas. ETA le nombró el jefe de este comando.
Choque de machos alfa
La convivencia en el piso pasó a complicarse mucho. Se produjo un choque de machos alfa, una lucha por buscar más cercanía con la infiltrada. Un choque que estuvo a punto de provocar una situación de violencia entre ambos, que, finalmente, lograron controlar pero que aumentó la tensión de Aranzazu.
El tiempo enfrió el episodio y la infiltrada logró hacerse con los planes y objetivos que este comando tenía previsto llevar a cabo en el momento en que ETA diera el pistoletazo de salida y rompiera la tregua. Fue la caída de Kantauri, detenido en Francia, lo que volteó el tablero. Todos los que estaban bajo su control trataron de huir. Y entre ellos, el comando Donosti. En su intento de pasar de nuevo a Francia fueron detenidos los dos etarras, Polo y Etxebarria.
Aranzazu fue puesta bajo protección inmediatamente. Se la sacó de País Vasco y se la envió inicialmente a una embajada. Pero la revista Ardi Beltza, de la izquierda abertzale, cercana a ETA, desveló su existencia y acosó a su familia. Tuvo que ser trasladada a otra embajada. Sigue trabajando para la Policía, sigue siendo policía. Fue la única mujer perteneciente a la seguridad del Estado que logró infiltrarse en ETA.
Una medalla de plata de la Policía fue el gran reconocimiento que le hizo el Estado. Se le ofrecieron abrir muchas puertas pero ella aseguró que sólo quería un destino de seguridad, porque lo que había hecho era su obligación. Durante años, su fotografía, como en los carteles del lejano oeste, estuvo en todas las herriko tabernas... «Se busca».
La actuación de la infiltrada provocó una importante crisis interna en la seguridad de ETA, que había creado unas estructuras nuevas y las consideraba perfectamente blindadas. Como ya decían en su tiempo algunos presos de ETA: «Estamos llenos de agujeros, como un queso».
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