Foto – JAVIER FERNÁNDEZ
En la imagen, de diciembre de 1988, se ve a una ciudadana anónima que trata de atender a un agente herido en Eibar al estallar un coche bomba al paso de un convoy de la Policía Nacional.
«Esta foto pone muchas cuestiones sobre la mesa. La primera, sin duda, es el clima de miedo en el que vivíamos y que hacía necesario tapar la cara del héroe. Debíamos ocultar el rostro de una mujer que ayudaba a un herido para que no sufriera represalias.
No hay mayor muestra del ambiente insano y atemorizado que se vivía en Euskadi», explica el fotógrafo. Pero Juan Ignacio Fernández considera que la imagen sugiere también otra cuestión. «Los fotógrafos nos planteamos muchas veces si lo que hacemos tiene sentido. Lo normal, ante una escena así, sería dejar de sacar fotos y ayudar. Pero teníamos que contar lo que estaba pasando. Éramos quienes íbamos a reflejar la realidad. El lector que ve esa imagen no puede entender el momento emocional de un fotógrafo», continúa Juan Ignacio Fernández.
«Nuestras imágenes eran la punta del iceberg de algo muy terrible. Nada de lo que vimos nos dejó indemnes. Solo desde la distancia te das cuenta del horror que hemos vivido como seres humanos mientras tomábamos estás fotografías».
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