¿De qué va eso de ETA? De terrorismo, dirán algunos; de asesinatos, dirán otros; y ellos, los de ETA, nos hablarán de un conflicto irresuelto durante siglos que, al parecer, lo justifica todo, pues las responsabilidades no son nunca de los hombres –de los de ETA, se entiende– sino del contexto. Por nuestra parte –me refiero a los que defendemos la democracia a la vez que la patria española–, creo que el mayor error que hemos cometido ha sido el de negarle a ETA su carácter político, como si su campaña de violencia fuera el resultado sólo de su maldad y no tuviera nada que ver con la naturaleza del proyecto independentista y totalitario que siempre ha propugnado. Parecía que reconocer esa naturaleza política era darle a ETA un toque de legitimidad, como si todas y cualquiera de las ideas políticas fueran igualmente defendibles dentro de nuestro sistema, aunque sin advertir que, como escribió hace muchos años Sebastián Castellio, en su Contra libellum Calvini, “matar a un hombre no es defender una doctrina, sino matar a un hombre”. En otras palabras, había miedo a que, como se había hecho durante el franquismo, se confundiera la política con las convicciones morales y se pudiera decir que los de ETA, cuando resultaban encarcelados, eran presos de conciencia.
De aquella negación vendría todo lo de después, en un proceso que tardó años en decantarse, pues había que superar el miedo y los complejos. Y lo de después no fue otra cosa que la idea de que la lucha contra ETA, contra el terrorismo, era un combate contra la sinrazón, contra la locura, contra la maldad de quienes no saben hacer otra cosa que matar, cuya máxima justificación estaba en la solidaridad con las víctimas. Éstas, después de muchos años de soledad, de apartamiento, de ser ignoradas, por su propio esfuerzo asociativo y reflexivo habían alcanzado un nuevo estatus que les daba un papel en la sociedad. Además, consiguieron constituirse como una especie de grupo de presión que reclamaba constantemente justicia y pugnaba por el reconocimiento de sus aspiraciones en la conducción de la política antiterrorista.
El papel central de las víctimas del terrorismo en el discurso político de los demócratas contra ETA es el que facilitó a los que gobernaron la eliminación de cualquier referencia pública a la naturaleza política de esta organización, aunque, por supuesto, no era lo mismo cuando se negociaba o se pactaba con ella. Sin embargo, no fueron sólo los gobiernos los que lucharon contra ETA. También lo hicimos muchos otros desde distintas organizaciones de la sociedad civil, en confluencia muchas veces con las asociaciones de víctimas, pero sin confundirnos con ellas. Y lo hicimos, sobre todo en el País Vasco, no sólo porque albergamos sentimientos de solidaridad con las víctimas –e incluso porque algunos de nosotros también éramos víctimas de ETA–, sino porque veíamos que día a día, minuto a minuto, se iba desvaneciendo la libertad en favor de una dictadura nacionalista que sofocaba con todos los medios a su alcance nuestra capacidad para pensar y expresar lo que deseábamos. Lo dijo así magistralmente el bertsolari Pello Urkiola al clausurar la manifestación que se celebró en San Sebastián el 19 de Octubre de 2002 contra el nacionalismo obligatorio:
Zein naizen yakin nahi bedezue
ni naiz Pello Urkiola.
Leitzaldekit eldu naiz eta
hau da nere matrikula.
Sortzez euskaldun garbia naiz
Naparra eta Española.
Askatasunik gabe bizi naiz
ezindot nik iraun hola.
Si queréis saber quién soy yo
me llamo Pello Urkiola.
Vengo desde Leiza
y esta es mi identidad.
Soy vasco desde la cuna
Navarro y Español.
Vivo sin libertady no puedo seguir así.
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