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lunes, 18 de marzo de 2019

Las pistolas entraron en el centro de Sevilla

                      Iria Comesaña el 21 oct 2011 / 06:23 h.

ETA ha intentado en Sevilla los atentados más espectaculares: reventar el centro de la ciudad con un coche bomba de cientos de kilos; provocar una matanza en la cárcel; volar las vías del AVE y dejar la ciudad a oscuras en plena Feria de Abril; vengar a etarras muertos en un accidente de tráfico asesinando a militares. En tres ocasiones ha logrado sumar muertos, siete en total: los cuatro fallecidos con un paquete bomba enviado a la prisión de Sevilla en 1991; el matrimonio Jiménez Becerril, acribillado a tiros en el barrio de Santa Cruz en 1998; y el médico militar Antonio Muñoz Cariñanos, al que mataron en su consulta en el año 2000 dos etarras que fueron detenidos antes de que pudieran salir de la Macarena. 


La Policía comentaba entonces que hubiera sido difícil que escaparan porque la muerte de Cariñanos fue un atentado a la desesperada, y que ETA era consciente porque ya había tenido que salir corriendo por las intrincadas calles del centro de Sevilla tras matar al concejal Alberto Jiménez Becerril y a su esposa. Pero los jóvenes terroristas que cometieron el asesinato estaban nerviosos, decía la Policía: les habían fallado todas las bombas que habían adosado a coches de militares sevillanos para vengar a los etarras muertos en accidente de tráfico dos meses antes, cuando iban a cometer un atentado. Por eso decidieron acribillar primero a Luis Portero en Granada y luego a Cariñanos en Sevilla:la forma más arriesgada de cometer atentados, pero también la que más garantiza el éxito.

La organización ha acumulado a lo largo de su historia intentos frustrados de atentar en Sevilla, más veces por mala suerte o falta de pericia que porque las fuerzas de seguridad los hubiesen interceptado a conciencia. Por casualidad cayó el primero de los dos comandos Andalucía, cuando el terrorista Henri Parot trasladaba en su coche más de 300 kilos de amonal para volar la Jefatura de la Policía, situada entonces en la plaza de la Gavidia, y en un control rutinario un guardia civil lo paró: el maletero del coche iba muy bajo y pensó que venía de robar naranjas. El arresto, precedido de un tiroteo, evitó lo que hubiera sido una explosión devastadora en vísperas de la Semana Santa de 1990.


Los terroristas volvieron a buscar a finales de ese año la repercusión de la Sevilla preExpo, en el punto de mira mundial, enviando un paquete bomba al despacho de su comisario general, Manuel Olivencia, que le arrancó una mano a su secretaria. 


La revancha llegó el 28 de junio de 1991, con otro paquete bomba que esta vez sí logró matar cuatro personas -dos reclusos, un funcionario de prisiones y un visitante- y herir a otras 33, reventando varias salas de la prisión. Con siete kilos de explosivos, ETA lograba su primer atentado mortal en Sevilla y provocaba un motín contra los seis etarras recluidos en la cárcel que hizo que, desde entonces y durante dos décadas, Sevilla no volviera a acoger a presos etarras.


En abril de 1997, durante la Feria, el segundo comando Andalucía puso una bomba en las vías del AVE y ocho artefactos en torres eléctricas que explotaron sin víctimas; pero el último se activó días después, hiriendo de gravedad a un obrero que almorzaba cerca, José Manuel Zambrano.

No pasaría ni un año hasta que se produjera otro atentado mortal, uno de los dos que la banda terrorista ha cometido en pleno centro de la ciudad: la madrugada del 30 de enero de 1998 dos pistoleros mataron, disparándoles en la cabeza, al concejal del PP en el Ayuntamiento de Sevilla Alberto Jiménez Becerril y a su esposa, la procuradora de los tribunales Ascensión García Ortiz, que volvían a casa tras tomar unas copas. En la retina colectiva quedaron los restos del atentado sobre el suelo adoquinado de la calle Don Remondo, donde cada año se les rinde homenaje. 

El clima de rechazo y desconfianza creado tuvo consecuencias: menos de dos meses después, la llamada de un ciudadano que sospechó de ellos permitió detener, en una gasolinera de Alcalá de Guadaíra, a dos miembros del comando Andalucia, que llevarían hasta los otros tres, que vivían en un piso de la calle José Laguillo. 

Dos años después, ETA eligió Sevilla para unos atentados simbólicos: con cuatro artefactos explosivos en los bajos de los coches de cuatro militares quiso vengan la muerte de cuatro etarras que habían fallecido en un accidente de tráfico, con el macabro detalle de poner sus nombres en las cuatro fiambreras en las que habían preparado las bombas. Los militares los detectaron gracias a las medidas de autoprotección. Pero dos de ellos llegaron a viajar varios kilómetros con las bombas en el coche: los explosivos estaban mojados y no funcionaron bien. De haberlo hecho, algunos no habrían tenido tanta suerte.


El último asesinato en Sevilla fue el del doctor Cariñanos, también en el centro, curiosamente muy cerca de la Gavidia: dos pistoleros entraron en su consulta mientras atendía a una paciente y lo acribillaron. Luego trataron de huir, pero les fue imposible: perseguidos por multitud de ciudadanos, fueron detenidos apenas unas horas después.


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