Juan Manuel Fontana fue el quinto agente de las Fuerzas de Seguridad, nacido en la provincia, abatido por las balas de la banda terrorista. 1980 fue un año terrible en todo el territorio por el gran número de asesinatos.
AQUELLOS años fueron extremadamente duros y entrañablemente difíciles para todos los miembros de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado que se encontraban destinados especialmente en diversos puntos conflictivos del País Vasco. Al inicio de la década de los años ochenta, los atentados y muerte de agentes de la Guardia Civil, Policía o militares se convirtió en un incesante goteo de bárbaros crímenes cuya solución parecía no tener nunca fin.
La mañana del 15 de mayo de 1980, un joven policía nacional natural de Almería, José Manuel Rodríguez Fontana, de 24 años de edad y vecino de la barriada almeriense de Pescadería caía mortalmente acribillado a balazos en San Sebastián junto a otro agente, Dionisio Villadangas de 24 años cuando en unión de otro compañero, Jesús Holgado Sabio, que resultó herido grave y posteriormente falleció, se encontraban desayunando en una cafetería situada a unos quinientos metros de donde prestaban servicio, en unas oficinas del Documento Nacional de Identidad de la comisaría donostiarra.
El triple crimen se perpetró en torno a las nueve y veinte minutos de la mañana en el interior de la cafetería “Majusi” de la barriada donostiarra de Amara. A esa hora, el asesino, a cara descubierta y haciendo gala de una extraordinaria sangre fría, disparó su pistola a boca jarro vaciando el cargador del arma contra los tres desprevenidos policías que apuraban el desayuno, totalmente confiados. Los agentes iban de uniforme ya que acababan de salir de servicio, tras haber pasado toda la noche de vigilancia en el interior de las dependencias policiales del Documento Nacional de Identidad.
En medio de la tremenda confusión que se desató en el local, el asesino que demostró tener muy bien estudiado y planificado el plan del atentado, huyó posteriormente por la puerta trasera del establecimiento.
Los tres agentes se encontraban charlando tranquilamente en un extremo del mostrador consumiendo unos cafés, cuando un individuo llegado de la calle- de unos 50 o 55 años de edad- que no infundió ningún tipo de sospechas a los policías, se situó junto a ellos en la barra y con aire despistado pidió al camarero una cerveza y un pincho de tortilla.
Antes de que el camarero llegase a servirle la consumición, de improviso miró fijamente a los policías, sacó una pistola que ocultaba en la cazadora y colocándose frente a ellos, a menos de dos metros de distancia, empezó a disparar indiscriminadamente Todo fue en cuestión de segundos.
Uno de los policías intentó desenfundar su arma, pero murió en el intento, al recibir dos impactos en el pecho que le destrozaron el corazón falleciendo en el acto. Igual suerte tuvo el malogrado agente almeriense que falleció antes de que llegasen los servicios sanitarios, afectado de otros dos disparos que le perforaron órganos vitales y le ocasionaron su muerte en el acto.
Tras los hechos, el criminal salió precipitadamente del establecimiento, mientras los escasos clientes horrorizados ante los fríos asesinatos apenas tuvieron tiempo de reaccionar. El terrorista una vez en la calle, según relataron unos testigos del establecimiento que intentaron controlar sus movimientos, subió a un coche utilitario de color blanco aparcado en doble fila cerca de la cafetería donde le esperaban en su interior otras dos personas desapareciendo rápidamente de la zona. ETA había vuelto a matar impunemente.
La muerte del joven José Manuel Rodríguez Fontana, vecino de la calle Duda de Pescadería causó una profunda consternación no solo en la barriada sino en toda la capital donde varios centenares de personas acudieron a su funeral y entierro en el cementerio municipal de San José a donde fue trasladado el cadáver procedente de San Sebastián.
Según se supo posteriormente el joven agente tenia previsto contraer matrimonio en Almería el 21 de agosto de ese mismo año. Segundo de nueve hermanos, hijo de una familia modesta ayudaba económicamente a sus padres con su sueldo de policía nacional, en cuya institución ingresó el 10 de julio de 1979. La preparación la realizó en la Academia de la Policía existente entonces en Badajoz, donde una vez terminada su formación pidió destino voluntario a San Sebastián, en cuya capital murió trágicamente diez meses después victima del cruel atentado.
José Manuel Rodríguez Fontana se convirtió en el quinto agente de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, nacido en la provincia de Almería abatido por las armas y bombas de la banda, victimas de la organización terrorista ETA. Ese año fue especialmente terrible en todo el territorio español por el avance del terrorismo que desbordaba a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad con sus atentados y secuestros. Casi un centenar de personas fueron victimas de los pistoleros de ETA. Abogados, guardias civiles, policías, militares, gentes del pueblo, industriales. Vidas inocentes que alimentaron la sin razón y barbarie terrorista.
Anteriormente a la muerte de José Antonio Rodríguez, otros cinco agentes de Almería desde el año 1.975 fueron asesinados por ETA. El primero de ellos fue el guardia civil de 22 años, Esteban Maldonado muerto durante un atentado en Oñate el 5 de octubre de 1.975. Un año mas tarde, el 4 de abril de 1.976 era asesinado en Hendaya el joven inspector de Policía, José Luis Martínez y otro compañero, cuyos cadáveres fueron descubiertos un años después en un bunker.
Otro agente de la guardia civil, José Maria Lozano, fue asesinado en Madrid por un comando del GRAPO el 28 de enero de 1.977 mientras prestaba servicio en una entidad bancaria. El agente llevaba escasamente un mes casado.
Francisco Gómez Jiménez, murió en Azpeita, el 13 de enero de 1979 al explotar una bomba al paso del vehículo oficial cerca del santuario de Loyola. Finalmente José Martínez Pérez, natural de Oria de 26 años murió en Ispaster (Vizcaya) el 1 de febrero de 1980 junto a cinco agentes más, al ser ametrallado el coche de la Guardia Civil en el que viajaba, dando escolta a un vehículo que transportaba explosivos.
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