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sábado, 15 de julio de 2023

Mertxe Aizpurua, la jefa del «Comando de Papel» que se reía de Blanco y Ortega Lara

17/07/2022 - Fuente

A Mertxe Aizpurua (Usurbil, Guipuzcoa, 1960) le adjudican dos de las portadas más terribles que nunca se hayan visto en la prensa española, ambas en Egin, el diario que ponía letra a las andanzas de ETA y llegó a ser clausurado por ejercer de «Comando de Papel» de la organización terrorista.

Una de ellas mostraba la icónica imagen de José Antonio Ortega Lara, cadavérico y extraviado tras más de 500 días de secuestro en un zulo infame donde fue enterrado vivo: «Ortega vuelve a la cárcel», tituló el panfleto abertzale sospechoso de comunicar mensajes en clave de la dirección de ETA a sus comandos.

El otro fue, si cabe, aún peor, con cinco columnas a toda plana para «informar» del asesinato de Miguel Ángel Blanco: «El edil del PP apareció con dos disparos». Como si hubiera sido un accidente o hubiera la más mínima duda de que los asesinos eran sus amigos y ella, en calidad de editora del periódico etarra, no fuera responsable de la macabra manera de deshumanizar ambos dramas.

Aquella joven Mertxe, condenada también a un año de cárcel por enaltecimiento del terrorismo, es la misma que ahora ha impulsado la Ley de Memoria Democrática mano a mano con Sánchez, llamada «Ley Bildu» o «Ley de la Vergüenza» por sus detractores, tantos de ellos del PSOE, aunque todos silenciosos.


Y es también la portavoz de la nueva Batasuna, un conglomerado de formaciones menores que adorna y camuflan la hegemonía en Bildu de Sortu, el castillo abertzale desde el que reina Arnaldo Otegi, otro condenado por secuestro que andaba en la playa, con la familia, cuando a toda España se le encogió el corazón al conocer la ejecución rastrera del chaval de Ermua.

Allí, en el politburó batasuno, tiene asiento desde hace unos meses el último jefe de ETA, David Pla, personificación del horror con capucha y de la banalidad del mal sin ella, como dijo Hannah Arendt en referencia probable a rostros tan simplones como el suyo.


Aizpurua intenta ser la cara amable de un partido que esta semana ha pretendido solidarizarse con las víctimas de ETA desde la tribuna del Congreso, haciendo equilibrios retóricos de primero de hipocresía para defender, en realidad, una Ley que equipara a las víctimas del terror con sus verdugos y las mete a todas en el mismo saco de represión para lograr un objetivo político que Sánchez atiende con diligencia sumisa: humillar a muertos ya sin voz y blanquear a sus asesinos para que puedan salir pronto de la cárcel, recibir su ongi etorri y aspirar incluso a una indemnización.

El truco de la portavoz de Bildu, tan devota del universo etarra como para escribir la biografía de Argala, el ideólogo del atentado que costó la vida a Carrero Blanco y primer gran jefe de ETA; sale del manual abertzale para decir a medias todo y que se entienda, en clave, que solo piensan en los suyos: no condenan, sienten; como si no hubiera demasiadas diferencias entre volarle la nuca a Fernando Buesa y perder la casa en la erupción del volcán de La Palma.
Que Bildu escriba la Ley de Memoria Democrática de España es como si Jack el Destripador redactara la historia de la cirugía británica.
Y nunca se refieren en exclusiva a los muertos de ETA, siempre a «todas» las víctimas, como si hubiera una especie de tétrico empate entre quienes saltaron por los aires con una bomba lapa y quieren murieron al intentar ponerla.

Aizpurua, licenciada en Ciencias de la Información, se tocó el corazón para hablar del dolor causado, pero mientras ululaba el mantra auto exculpatorio se produjo un lapsus delator: intentó decir «escucha», pero la palabra que le salió en el Parlamento fue «lucha».

Que ella sea la coautora de la Ley de Memoria Democrática suena como si Jack el Destripador escribiera la historia de la cirugía británica o Txapote, partícipe en los crímenes de Blanco, Ordóñez y Múgica, perorara en las facultades vascas sobre pacifismo.

El delirio, que Voltaire consideraba la fiebre de una religión identitaria en aforismo perfectamente válido para el caserío euskaldún, es constatar que los escribanos tienen las manos manchadas de sangre y, gracias a Sánchez, prevalecerán sobre las manos blancas que un día se alzaron contra la barbarie.

En la mitología vasca, las «Durangas de Amboto» llegaban volando a los aquelarres a oficiar sus inquietantes sortilegios. No hay que descartar que, 500 años después, brujas, lamias y estriges hayan perfeccionado su método y sean visibles, con disfraces corrientes, a bordo de coches oficiales en dirección a la carrera de San Jerónimo o, en las noches más oscuras, rumbo a La Moncloa.

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