12/07/2023 - Fuente
Este 12 de julio no es un día más para Javier García Gaztelu, alias Txapote: se cumplen 26 años del día en que descerrajó dos tiros en la cabeza a Miguel Ángel Blanco. El concejal del PP en Ermua había sido secuestrado 48 horas antes por ETA, que exigía al Gobierno de José María Aznar que acercase a todos los presos de la banda al País Vasco. El Estado no cedió al chantaje terrorista y ETA cumplió su amenaza. Hoy, con la política de dispersión desarticulada por el Gobierno de Pedro Sánchez, Txapote vive en un módulo de respeto de la prisión de Zaballa, una de las penitenciarías con más comodidades de toda España y situada a unos 60 kilómetros de su familia, que le visita habitualmente. Y vive en compañía de su pareja y también cómplice en el asesinato de Blanco, Amaia. García Gaztelu había iniciado la legislatura en una celda de aislamiento en la prisión de Huelva.
El «¡Que te vote Txapote!» se ha colado en primera línea de la política nacional. El eslogan, surgido en la calle, ha sido agitado contra Pedro Sánchez y su política de beneficios penitenciarios a los presos de ETA. Se ha colado en el cara a cara electoral con Alberto Núñez Feijóo e incluso ha provocado incluso un debate entre víctimas detractoras y partidarias del lema. «Nace del pueblo», defienden estos últimos. Y sintetiza la crítica a una política que ha satisfecho los deseos de EH Bildu y que tiene precisamente en Txapote, asesino de al menos 13 personas, al mejor referente de lo que ha supuesto el giro emprendido en esta legislatura.
Fue el Gobierno de Sánchez, con una orden tramitada por el Ministerio del Interior, el que sacó en noviembre de 2020 a todos los presos de los módulos de aislamiento. Entre ellos, el de la cárcel de Huelva. La prisión destinada a los irredentos de la banda, los que no aceptaban la legalidad penitenciaria, no se arrepentían y no colaboraban con la Justicia. Los duros de entre los duros. Y Txapote, residente del centro onubense, era un referente en este grupo.
Acuerdo
Coincidencia o no, apenas dos semanas después de que este grupúsculo de etarras saliese del aislamiento por decisión del Gobierno, EH Bildu registró un hito: por primera vez en la historia de la izquierda abertzale, una formación heredera de Batasuna se abría a aprobar los Presupuestos Generales del Estado. Lo que nunca antes había ocurrido fue certificado por los de Arnaldo Otegi tras una consulta a la militancia. Fueron los primeros, pero vendrían más Presupuestos. Y la famosa confesión de Otegi: «Tenemos a 200 presos en la cárcel y si para sacarlos hay que votar a favor de los Presupuestos, pues votamos. Así de alto y de claro os lo digo».
A partir de aquel momento, la carrera penitenciaria de Txapote fue meteórica. El asesino de Miguel Ángel Blanco, Gregorio Ordóñez, Fernando Múgica y muchos otros, con 450 años de cárcel aún por cumplir, fue trasladado a Madrid en la primavera de 2021. En Estremera se reencontró con su pareja, Irantzu Gallastegui, alias Amaia. La madre de sus dos hijos y su cómplice. La mujer que en 1997 le puso una pistola en la espalda al concejal de Ermua, de 29 años, y lo introdujo en un vehículo.
El secuestro
Hace ahora 26 años de aquello. Desde unas semanas antes del secuestro, Txapote, Amaia y José Luis Geresta, Oker, se habían instalado en un piso del entresuelo del número 2 bis de la calle Arragüeta de Eíbar (Guipúzcoa). Su propietario, el colaborador de la banda Ibón Muñoa, les había facilitado un juego de llaves de la vivienda y un Fiat de color gris con matrícula de San Sebastián para perpetrar el secuestro. Era la venganza que la banda preparaba tras el gran éxito de la Guardia Civil al localizar y liberar al funcionario de prisiones José Antonio Ortega Lara. Un golpe al orgullo etarra.
El comando fracasó en un primer intento de secuestro el 9 de julio, pero no erraron un día después. Fue a las 15:30 horas. Gallastegui (un clan que tiene a otros dos hermanos en la banda) lo abordó pistola en mano en plena calle y lo introdujo en el automóvil que conducía Txapote. Blanco, que tenía 29 años, había comido aquel día con sus padres. Se despidieron sin saber que jamás se volverían a ver. Luego había cogido el tren hacia Eibar, donde trabajaba. Siempre hacía el mismo trayecto, la misma rutina, por lo que al talde ejecutor no le fue difícil localizarle.
A las 18:30 reivindicaron el secuestro en una llamada a la emisora de Egin con un fatídico mensaje: si antes de las 16:00 horas del sábado 12 de julio el Gobierno no trasladaba a los presos de ETA a cárceles vascas, sería ejecutado. Así se inició la cuenta atrás que mantuvo en vilo a toda España.
Poco se sabe de lo que ocurrió en esos dos días, ya que los implicados no llegaron a colaborar con la justicia. Todo lo que se sabe es gracias a la reconstrucción realizada por la Guardia Civil en su investigación. Pero lo que sí es una certeza es que, tras pasar 48 horas maniatado en el maletero de aquel coche, el tiempo se acabó para Blanco. Cuentan quienes asistieron a su autopsia que la cara del concejal mostraba zonas abrasadas, quemadas, por debajo de los ojos, provocadas por las lágrimas durante su cautiverio.
La ejecución
Blanco fue conducido por Txapote a una zona boscosa próxima a Lasarte. De rodillas, con los ojos vendados y las manos atadas con un cable eléctrico por detrás, el reloj marcó las 16:00 horas y García Gaztelu le descerrajó dos tiros en la cabeza.
El concejal, como determinaría la autopsia, no murió al instante. Entre otras cosas, por el calibre de bala utilizado, un 22, sin suficiente capacidad letal como para matar en el momento. Blanco agonizó más de 12 horas. Su cuerpo fue localizado aún con vida por unos transeúntes. Le faltaba un zapato.. Moriría de madrugada en el hospital de Nuestra Señora de Aránzazu. Lo que ocurrió después ya es historia: Blanco se convirtió en el símbolo de la resistencia cívica a la barbarie de ETA, inspirando el Foro de Ermua y, a la larga, sentando las bases para el fin de la banda terrorista.
Acercado
El objetivo buscado por Txapote y Amaia aquel día, cuando condujeron a punta de pistola a Blanco a aquel bosque de Lasarte, no se cumplió. No se acercó a los presos, no se desactivó la dispersión y ETA no se apuntó un tanto con los suyos. España no cedió al chantaje.
Para alcanzar aquel fin de la dispersión tendrían que esperar, exactamente, 26 años: este mes de marzo, Etxerat festejaba que ya no había presos que acercar. La última hornada de terroristas trasladados la pasada primavera incluía a Amaia, la pareja y cómplice de Txapote en aquel asesinato de Blanco. El cierre del círculo: de nuevo juntos y cerca de casa.
Aquella reunificación familiar en un módulo de respeto de Zaballa, donde ambos conviven actualmente y reciben frecuentemente la visita de sus familiares, representó un hito para el colectivo de presos. Tanto que aún hace unos días organizaron una fiesta para celebrarlo.
Comodidades
Según ha sabido OKDIARIO de fuentes penitenciarias, Txapote se ha adaptado «bien» a su nuevo hogar. La dirección de la prisión, la más demandada entre los 120 presos etarras que el Gobierno de Sánchez ha acercado al País Vasco, le ha colocado en uno de los módulos de respeto con los que cuenta el centro. Uno de los que en su día ocupó Iñaki Urdangarin y que hoy se han llenado de etarras: hay 69.
Se trata de tres unidades con celdas de 13 metros cuadrados, «posiblemente las más cómodas y grandes de toda España», explican estas fuentes. Ahí, Txapote convive con muchos de quienes fueron sus compañeros de comandos. Él fue jefe de aquellos comandos a principios de siglo, aunque a buena parte de ellos los desprecia: sigue siendo un miembro del ala más dura, de quienes no asumieron la disolución de la banda. De hecho, no pertenece ni colabora con el movimiento de presos etarras Etxerat. Está al margen, aunque en los últimos meses ha tenido ciertos acercamientos al colectivo.
Como el resto de presos con los que comparte módulo de respeto, tienen a su alcance una piscina olímpica cubierta, un gimnasio con todo tipo de máquinas de musculación -y también con clases de diversas disciplinas-, un polideportivo donde se organizan competiciones deportivas, una biblioteca con libros de nueva adquisición y un gran salón de cine donde se exhiben habitualmente películas.
Allí, Txapote y Amaia esperarán hasta que el Gobierno vasco decida concederles el tercer grado, y con ello, el régimen de semilibertad. El último paso que reclama EH Bildu con su nueva consigna: «¡Todos a casa!»
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