Cada día podía ser el último día. Con esta presión añadida trabajaban en el País Vasco policías y guardias civiles en los conocidos como “años de plomo”. Años en los que ETA llegó a matar cada 92 horas, como en 1980.
Una presión emocional que causaba estrés y ansiedad conocido como “síndrome del norte”. Hay estudios que afirman que cerca de 15.000 agentes de la policía y la benemérita lo padecieron durante aquellos años, en más de una ocasión llevándolos al suicidio.
Es lo que le sucedió a José Santos, agente de la policía nacional destinado en San Sebastián. La muerte de la hija de un compañero, Coro Villamudria, tras la explosión de una bomba fue lo que colmó el vaso de su sufrimiento y le llevó a quitarse la vida el 14 de enero de 1994. José estaba casado y tenía tres hijos.
“Llevaba varios días inquieto, no quería salir con los niños a la calle...y aquella noche cuando llegó a casa fue directo a coger su pistola. Le pregunté que pasaba y me respondió que nada. Fue a la cocina y se pegó un tiro en la cabeza” recuerda Eva Pato, su viuda.
Lo primero que hizo su mujer fue ir a avisar a otros compañeros ya que vivían en un bloque de viviendas de policías y para cuando volvió sus hijos sujetaban la cabeza de su padre desangrándose sin poder hacer nada. José Santos falleció en la UCI poco después.
“Sus jefes me decían que no me preocupara, que ellos me ayudarían. Nunca hicieron nada por mi. Ni sus compañeros querían saber nada de nosotros” cuenta Eva en esta entrevista.
La viuda del policía asegura que no va a parar de luchar hasta que se reconozca que la muerte de su marido es causa directa del terror practicado por ETA. “Si paro, su muerte no habrá servido para nada” asegura.
Su caso, bautizado como “caso violín” es solo uno de los muchos sucedidos bajo el “síndrome del norte” que sumió en el limbo del olvido a víctimas y familiares.
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